Cómo la desconexión entre información y percepción explica nuestra peligrosa autojustificación.

 

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“Permítase el incómodo lujo de cambiar de opinión”, escribí cuando reflexionaba sobre las 7 cosas más importantes que aprendí en 7 años de Brain Pickings (Selección de Cerebros). Esto es un enigma con el que la mayoría luchamos- por un lado, la toma de conciencia de que el crecimiento personal significa trascender nuestros pequeños egos a medida que alcanzamos un entendimiento del mundo más dimensional, inteligente e ilustrado. Y, por otra parte, el dolor creciente e intenso que implica evolucionar o abandonar completamente nuestras creencias previas a medida que incorporamos nuevos conocimientos y percepciones a nuestra comprensión sobre cómo funciona realmente la vida. Esa incomodidad, de hecho, puede resultar tan insoportable que, a menudo, vamos demasiado lejos para ocultar o negar convicciones cambiantes al prestar menos atención a información que contradice nuestras creencias actuales, que aquélla que prestamos a información que confirma nuestro pensamiento. En otras palabras, fallamos al quinto principio que nombra Carl Sagan en su brillante y atemporal trabajo “Baloney Detection Kit for Critical Thinking” (Kit de detección de tonterías para un pensamiento crítico) que consiste en: “Tratar de no quedar apegados a una hipótesis sólo porque es tuya”.

Esa tendencia aleccionadora, propia de la humanidad, es conocida como el efecto contraproducente y se encuentra entre los diecisiete fenómenos psicológicos que David McRaney explora en “ You Are Now Less Dumb: How to Conquer Mob Mentality, How to Buy Happiness, and All the Other Ways to Outsmart Yourself (Ahora sos menos tonto: cómo conquistar la mentalidad de la masa, cómo comprar la felicidad, y todas las otras formas de engañarte a ti mismo)- una fascinante y placenteramente incómoda mirada sobre por qué “el autoengaño es una parte tan propia de la condición humana como lo son los dedos de las manos y los pies”. En su libro “You Are Not So Smart” (No sos tan inteligente), uno de los mejores libros de psicología del 2011, McRaney escribe sobre este error cognitivo:

“Una vez que algo se agrega a tu colección de creencias, lo protegés del peligro. Lo hacés instintiva e inconscientemente cuando te confrontás con información incompatible con tus opiniones. Así como la inclinación hacia la confirmación te protege cuando buscás activamente información, el efecto contraproducente te defiende cuando la información te busca a vos. Yendo o viniendo, te atenés a tus convicciones en lugar de cuestionarlas. Con el tiempo, el efecto contraproducente te vuelve una persona menos escéptica sobre aquellas cosas que te permiten seguir percibiendo tus creencias y actitudes como verdaderas y correctas”.

Pero lo especialmente preocupante es que en el arduo proceso de lidiar con la discordancia cognitiva producida por evidencia contradictoria, terminamos, en verdad, construyendo nuevos recuerdos y conexiones neuronales que refuerzan aún más nuestras convicciones originales. Esto ayuda a explicar ciertas estadísticas increíbles; por ejemplo, a pesar de una sólida evidencia que prueba lo contrario, un 40% de la población de Estados Unidos piensa que el mundo no tiene más de 6000 años. El efecto contraproducente, señala McRaney, es la fuerza motora de las teorías conspirativas. Este autor cita al neurólogo encargado de desmentir conspiraciones, Steven Novella, quien sostiene que quienes son creyentes consideran la evidencia contradictoria como parte de una conspiración y dejan de lado la falta de evidencia probatoria como parte de la cortina de humo. Y de esa forma sólo se hunden más profundamente en sus posiciones a medida que aparece más evidencia que demuestra lo contrario.

El modelo heliocéntrico, simple pero revolucionario de 1543, hecho por Nicolás Copérnico, que colocaba al Sol como centro del universo, en lugar de la Tierra, contradecía las teorías de la Iglesia Católica. En 1633, Galileo fue arrestado con prisión domiciliaria por el resto de sus días por apoyar el modelo de Copérnico.

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En internet, una burbuja gigante que filtra nuestras creencias existentes, este fenómeno puede tornarse más descontrolado. Vemos terribles esfuerzos por desinformar en casos como la negación del cambio climático y el activismo antivacunación, los cuales ganan terreno al buscar selectivamente evidencia que los apoya mientras que descartan el hecho de que cualquier científico respetable en el mundo no coincide con esas ideas. De hecho, la epidemia de la desinformación ha alcanzado tal punto que ahora estamos enfrentando el resurgimiento de enfermedades que habían sido erradicadas.

McRaney destaca que, pese a las reglas para criticar de forma inteligente y discutir con amabilidad de Daniel Dennett, se hace casi imposible ganar un argumento online:

“Cuando empezás a traer a la mesa hechos y números, hiperlinks y citas, estás logrando el efecto contrario: que la otra persona se sienta aún más segura de su posición que antes de iniciar el debate. Y a medida que también se enfervoriza, las mismas cosas ocurren en tu cabeza. El efecto contraproducente empuja a ambas personas más profundamente hacia sus propias creencias iniciales”.

Esto también explica la teoría de Benjamin Franklin para manejar a resentidos y resentidas, explorada a la vez de una forma particularmente efectiva por McRaney en su libro, al mismo tiempo que nos recuerda que esta fantástica guía sobre el arte de la conversación del año 1866 es todavía válida en sus consejos:

“En disputas sobre puntos de vista morales o científicos, deje siempre que su objetivo sea llegar a la verdad, no conquistar a su oponente. Por lo tanto, nunca perderá la discusión y obtendrá un nuevo descubrimiento”.

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McRaney resalta que el efecto contraproducente se debe, en gran parte, a nuestra pereza cognitiva– nuestra mente simplemente prefiere explicaciones que le cuestan menos procesar, y consolidar hechos contradictorios con nuestras creencias actuales puede ser un esfuerzo agobiante:

“Mientras más difícil se hace procesar una serie de afirmaciones, menos crédito se le otorga a las mismas. Durante la metacognición, el proceso de pensar sobre nuestro propio pensamiento, si das un paso atrás y notás que un punto de vista sobre un argumento es más sencillo que otro, tenderás a preferir esa forma más fácil de procesar la información y luego sacarás la conclusión de que también es posible que sea la más correcta. En experimentos donde dos hechos fueron comparados, las personas tendieron a clasificar las afirmaciones como posiblemente correctas cuando éstas eran presentadas de manera simple y fácil de leer que aquéllas impresas con una tipografía rara y con dificultad para leerlas dado el color de fondo. De modo similar, una lluvia de contra argumentos, que ocupan una página, presentada ante opositoras y opositores, parece mucho menos persuasiva que una simple, poderosa y única afirmación.

En 1968, justo después de la introducción de la innovadora pastilla anticonceptiva que revolucionaría los derechos reproductivos para generaciones de mujeres, la Iglesia Católica Apostólica Romana declaró que la pastilla distorsionaba la naturaleza y el propósito del encuentro sexual.

Una manifestación particularmente perniciosa de este proceder es cómo reaccionamos a quienes critican versus quienes apoyan. McRaney rastrea el efecto psicológico destructivo de las provocaciones- algo que requiere un esfuerzo activo para pelear– hasta sus raíces evolutivas:

“¿Alguna vez has notado la peculiar tendencia que tenés a dejar pasar un elogio, pero te sentís aplastado por las críticas? Miles de comentarios positivos pueden pasar desapercibidos, pero un “sos inútil” puede quedarse en tu cabeza por días. Una hipótesis sobre por qué pasa esto, junto con el efecto contraproducente, es que pasás mucho más tiempo considerando información con la que no estás de acuerdo que aquella información que aceptás. La información que está en línea con lo que ya pensás, pasa por la cabeza como vapor, pero cuando te encontrás con algo que amenaza tus creencias, algo que difiere de tus nociones preconcebidas sobre cómo funciona el mundo, te detenés y tomás conciencia. Algunos psicólogos especulan que hay una explicación evolutiva. Tus ancestros prestaron más atención y pasaron más tiempo pensando en estímulos negativos que en positivos porque las cosas malas requerían una respuesta. Aquellos que fallaron en dar respuesta a estímulos negativos, fallaron en seguir respirando”.

Este proceso es conocido como asimilación tendenciosa y es algo que la neurociencia también ha demostrado. McRaney cita el trabajo de Kevin Dunbar, quien puso a personas en un IRMf (imagen por resonancia magnética funcional) y les mostró información que confirmaba sus creencias sobre un tema específico, lo que llevó a que se activaran áreas del cerebro relacionadas con el aprendizaje. Pero cuando se les expuso a información contradictoria, esas áreas no se encendieron- por el contrario, se activaron partes asociadas con la represión y un arduo esfuerzo del pensamiento. En otras palabras, simplemente presentar información a las personas no genera nada en el sentido de ayudarles a internalizarla y cambiar sus opiniones en consecuencia.

Por lo tanto, ¿hacia dónde nos lleva esto? Quizá, nos sentimos un poco conmovidos por nuestra incierta humanidad y un poco más de motivados para usar herramientas como la obra de Sagan “Baloney Detection Kit”, un arma vital de defensa propia en contra de la fuerte justificación de nuestras propias mentes. Después de todo, Daniel Dennett estaba en lo cierto en más de un sentido cuando escribió: “El principal truco para cometer buenos errores es no esconderlos- especialmente de ti mismo”.

Texto original: The Backfire Effect: The Psychology of Why We Have a Hard Time Changing Our Minds

Traducción: Lic. Victoria Nannini, docente de Producción y Evaluación de Material Multimedia del Profesorado de Comunicación Educativa, UNR.