El avance tecnológico es un rasgo que caracteriza el panorama actual. Este desarrollo constituye una herramienta que ha permitido la transformación de la realidad. Así, por ejemplo, la exploración del espacio implicó un instrumento para el progreso de la tecnología satelital. Cuando el cine todavía era mudo, los viajes espaciales se podían imaginar gracias a películas como Le voyage dans la lune. Sin embargo, es necesario recordar que dicha producción fílmica es una adaptación del texto de Julio Verne De la tierra a la luna publicado en 1865. Los viajes extraordinarios trajeron una visión del universo como espacio infinito. Esa expansión de la mirada permitió pensar en la probabilidad de vidas en otros planetas y motivó a continuar las expediciones espaciales. El mito ovni nos envía a películas como ET, Men in black o La guerra de los mundos. Otra vez, se señalará que esta última es una adaptación del texto homónimo de H. G. Wells publicado en 1898.
Los casos mencionados demuestran que la imprecisión en la definición del género literario ciencia ficción, lleva a confundirlo con el cine de efectos especiales. Suponiendo que estos textos dijeran algo del modo histórico en que se formó la cultura del siglo XXI. ¿Por qué la ciencia ficción como género cinematográfico desplazó la importancia del texto literario? Una causa se hallaría en el cambio en los modos de circulación de la información. Conviene recordar que a partir de la invención de la imprenta se había impuesto el texto escrito como fuente de adquisición del conocimiento. En la actualidad nos encontramos frente a un período de extensión de los medios audiovisuales al entorno educativo. Así, en 1895 fue proyectada la primera secuencia de imágenes en movimiento. Desde entonces, la producción cinematográfica se abrió camino en la historia de la comunicación.
Ahora bien, el problema del olvido de los textos de ciencia ficción debe ser observado en el campo de la crítica literaria. Esta disciplina tiene como objetivo establecer criterios para la evaluación de las obras literarias. En este sentido, se hablaría de una función legitimadora que otorga prestigio institucional. Además, se ocupa de regular la circulación de los temas investigados. Por lo que respecta a la ciencia ficción, existen dos aspectos que demuestran que la ciencia ficción ha permanecido olvidada.
El primer aspecto consiste en que no se ha llegado a un acuerdo en la definición formal del origen. Se pueden reconocer tres hipótesis, cada una de ellas depende de la concepción de ciencia ficción que se maneje (Capanna, 2007). La primera hipótesis es la que sostiene Darko Suvin que ubica el origen en el Renacimiento con Utopías de Tomás Moro. Para Suvin los relatos de ciencia ficción se caracterizan por producir un extrañamiento cognoscitivo. Utopías presentaba a los lectores un orden diferente al establecido. La segunda hipótesis es la de Brian Aldiss, quien afirma que la primera obra de ciencia ficción es Frankenstein de Mary Shelley (1817). Según Aldiss, la ciencia ficción intenta una búsqueda del lugar del hombre en el cosmos que resulte sostenible en el marco de la ciencia, expresada en modelos góticos. La presencia del terror en la narración de Frankenstein haría referencia al rasgo gótico. La tercera, señala que la ciencia ficción surgió como género independiente cuando Hugo Gernsback en 1926 acuñó el término “scientifiction” y desencadenó un movimiento de publicaciones de revistas. Estas son las tendencias más destacadas en cuanto a la definición del origen. Está claro que cada una pone énfasis en cuestiones diferentes.
El segundo aspecto refiere a que la ciencia ficción fue ignorada por el ámbito intelectual. Prueba de ello es el punto de vista del crítico académico Martin Green (en Capanna, 2007: 219), quien afirma que la ciencia ficción nunca llegaría a ser literatura “culta” porque su público lector no lo permitiría. Green agrega que la ciencia ficción al ser juzgada con criterios formales resulta poco convincente para el lector de gusto cultivado. Por lo tanto, asegura que no llega a ser un género, sino un subgénero. De ahí que Capanna en su texto acuñe el término “subliteratura” para referirse a los críticos que se encuentran en la línea de Green. De esto se desprende que, la crítica literaria determina los modos de juzgar los textos y se encarga de establecer una jerarquía de géneros. Pero, esa tarea construye un canon de lectura por medio de la fijación de fronteras arbitrarias.
La postura que redujo el papel de la ciencia ficción se encuentra amparada en una tradición que concibe a la cultura como un espacio de lucha por la hegemonía entre grupos dominantes y dominados. No obstante, esta polémica merece una relectura, teniendo en cuenta que la cultura no estaría formada por dos niveles independientes, sino que esos niveles se relacionan recíprocamente. Hasta aquí el problema de la inserción de la ciencia ficción en los estudios literarios. A continuación se propone un recorrido por la formación de la cultura de masas.
La invención de la cultura de masas
Fréderic Barbier y Catherine Bertho Lavenir (1996) plantean que a comienzos del siglo XX el desarrollo de la prensa, del cine y de la radio dio lugar a una cultura del ocio popular. Es decir que aparecen formas de entretenimiento popular elaboradas por publicistas y empresarios que se enfrentan a las elites defensoras de las normas culturales clásicas. Frente a este fenómeno, los intelectuales sostienen que la reproducción mecánica alteraría la naturaleza de los objetos culturales. La reacción de las elites conservadoras es una postura defensiva ante las transformaciones que representa el acceso de las mayorías a las formas de distracción reservadas a una minoría.
De esta transformación en los modos de producción, en Estados Unidos durante la posguerra mundial surge una literatura de masas que se encuentra vinculada a la producción en serie. En otras palabras, se establecieron convenciones para la producción de material literario cuyo objetivo no era la originalidad, sino la reproducción del modelo. Los escritores vendían sus manuscritos a los editores de literatura comercial. Se trataba de ediciones de bajo costo, denominadas pulps que difundieron una literatura folletinesca destinada al entretenimiento. Había revistas de distintos géneros, tales como: de misterio, de horror, de detectives, entre otros. También se publicaban historias del género fantástico-científico escritas por Verne, Wells y Lovecraft. Algunos ejemplos de revistas son: Weird Tales (1923), Amazing Stories (1926) y Astounding Stories (1930).
A los ojos de la crítica literaria, lo que peligraba era que la difusión de ideas sea sustituida por la oferta de entretenimiento. Además, esta actitud de censura se veía potenciada considerando las características de la edición: eran revistas vendidas en kioscos, impresas en papel de diario, con dibujos de monstruos exóticos en colores saturados. Aquellas condiciones de presentación atentaban a la formalidad que pretende el campo literario.
Estos son los antecedentes que ponen de manifiesto los orígenes de la ciencia ficción como literatura popular. De todos modos, es preciso advertir que en realidad la ciencia ficción se funda en la época de la Revolución Industrial y se expande con la cultura de masas. Para encontrar algo más que producto de la industria cultural, esta forma literaria debería ser observada con mayor detenimiento, operación de lectura que la crítica literaria se había rehusado a emprender.
Aportes de la Ciencia Ficción
A partir de un estudio de Jaime Rest (1979) se podría hallar una huella que sirva de guía para encontrar algunos aportes de la ciencia ficción. En efecto, Rest caracteriza a la ciencia ficción como el tipo de narración que:
“suele referir acontecimientos insólitos pero trata de otorgarles verosimilitud con el concurso de los hallazgos sorprendentes que se han producido en el campo científico durante los últimos tiempos (…) más que en los datos científicos, este tipo de narración tiene su base de sustentación en la atmósfera que ha creado el avance tecnológico…” (Rest, 1979:24).
De a acuerdo con esta definición, la ciencia ficción combina dos formas discursivas heterogéneas. Por un lado, se trata de textos que se inscriben en la serie literaria. Por otro lado, los rasgos de verosimilitud se consiguen a partir de las descripciones precisas de técnicas y teorías provenientes del discurso científico. Cabe señalar que el discurso científico ha sido desde siempre uno de los rasgos que caracteriza a la comunidad académica. Aquella comunidad que se negaba a reconocer el valor de este género literario. Así pues, las relaciones entre esos dos discursos habilitarían a reconocer la importancia de sus aportes.
La ciencia ficción estuvo ligada a la noción de “anticipaciones literarias” (Capanna, 2007: 38). En efecto, muchas de las ideas expuestas en la producción literaria inspiraron a los estudios científicos y tecnológicos. Este es el caso del submarino, anticipado por Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino publicado en 1869. Además, en algunas ocasiones los escritores eran científicos que usaron las revistas populares para conjeturar aquello que todavía no podían llevar al laboratorio. De ahí que, esta rama de la producción literaria haya promovido una actitud abierta ante el cambio tecnológico o social. Estas narraciones proporcionan un enfoque científico que predispone a juzgar la realidad con objetividad y aceptar los beneficios del desarrollo del conocimiento.
Por lo tanto, una lectura crítica dejaría ver la posibilidad de acercamiento al discurso científico que los lectores ajenos podrían conocer a través de la literatura. De manera que la difusión de la ciencia ficción por medio del modelo de la industria cultural no tendría que ser un obstáculo para reconocer su relevancia. Ese acontecimiento se debería interpretar como un momento en la historia de su circulación. Podría pensarse que la aceptación hubiera sido otra, si los textos se hubieran expandido en condiciones de presentación más sobrias.
Los estudios en torno a los textos de ciencia ficción se vieron oscurecidos por el peso hegemónico de otros ejes temáticos. Tal vez, sería necesario adoptar un enfoque que integre equilibradamente la variedad de producciones literarias. Después de todo, teniendo en cuenta que la crítica literaria se alimenta de las discusiones, le resultaría productivo considerar que la cultura no puede ser homogénea. El reconocimiento de la productividad del sector popular invita a volver a pensar los límites trazados.
Bibliografía
Barbier, F. y Bertho Lavenir, C. (1996) Historia de los medios de comunicación. De Diderot a Internet. Ediciones Colihue. Buenos Aires.
Capanna, P. (2007) Ciencia Ficción. Utopía y Mercado. Cántaro. Buenos Aires.
Rest, J. (1979) Conceptos de Literatura Moderna. Centro Editor de América Latina S. A. Buenos Aires
Por M. Victoria Martinez.
Estudiante de la Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral.