Podemos considerar a las plataformas digitales como nuevos espacios de conversación. Lugares en los que se esboza una idea, una línea, un texto, en los cuales nosotros mismos participamos como parte de esa conversación. Habiendo dejado de lado hace tiempo la pasividad como sinónimo de usuarios, ya tenemos las herramientas para ser productores de contenido y sentido en el espacio digital. Accedemos a una plataforma, nos apropiamos del texto, lo modificamos (cultura del remix y el mashup) y nos vamos de ahí habiendo dejado una marca, una huella.
Todo esto puede pasar en apenas unos segundos. Pero más allá de lo efímero de nuestras acciones, la temporalidad está presente. Quizá no nos demos cuenta, pero aún así las marcas de tiempo en los relatos actúan como condiciones de producción indispensables.
Esto, ¿fue siempre así? Las marcas de temporalidad, ¿nos han señalado siempre el camino a recorrer? ¿O los textos crecieron de la mano de esas marcas? Las respuestas a estas preguntas están a la vez más lejos y más cerca de lo que imaginamos.
Para entender este tránsito, hemos elegido la plataforma Memoria del Fuego, un sitio que recopila historias y narraciones de Eduardo Galeano, y que ayudará a entender el juego entre oralidad y escritura. Galeano nos habla acerca de su interés por la historia, de cómo la temporalidad, de la que hablaremos más adelante, lo ha afectado.
El paso de la oralidad a la escritura ha sido, sin dudas, una de las grandes transformaciones cuando hablamos del género narrativo. Precisamente, la narrativa ha sido el género más estudiado desde que se produjo este cambio, claro que sin dejar de lado la lírica, el teatro, la oratoria, entre otros.
Si nos ocuparemos en este artículo de la importancia de los relatos escritos y de algunas características que definen a la narrativa en este sentido, es porque creemos que allí reside un corpus de análisis muy atractivo si tenemos en cuenta a las nuevas plataformas digitales que, de acuerdo con Alejandro Piscitelli, son parte de una segunda (post – letrada) oralidad. Como ejemplo de este tránsito del que hablamos, y ubicándolo como caso de análisis y comparación, los invitamos a leer el texto “Día de la justicia social”, de Eduardo Galeano que pertenece a su libro “Los hijos de los días”, publicado en el blog Memoria del Fuego.
El cambio de la oralidad a la escritura trajo aparejado un importante número de modificaciones en la construcción de los relatos, basados fundamentalmente en la temporalidad. Quizá la variación más significativa tenga que ver con la correspondencia entre el tiempo cronológico del relato y la secuencia en los puntos de referencia fuera de éste.
Las narraciones orales carecían de precisión en cuanto a la temporalidad de los sucesos, lo cual podía llevar a una carencia de sentido de lo que se estaba contando. El registro cronológico de los hechos nos abre la puerta al concepto de linealidad, sin el cual es imposible seguir un hilo conductor. Lo que Ong denomina trama lineal climática es justamente ese conjunto de huellas que nos marca el camino a seguir en la narración: la tensión ascendente, el descubrimiento y la inversión logrados, el desenlace resuelto.
Quizá podamos complementar esta caracterización de la siguiente manera:
Claro que no todo pasa por el texto. El intérprete juega también un papel de suma importancia. El sentido de organización y expresión del autor es completamente diferente al del orador, quien se dirige a un público presente. Para pensar el relato de los sucesos hacia un público que no está presente, se hace completamente necesario tener herramientas de organización de los elementos, de manera de evitar que las narraciones pierdan sentido y coherencia con el correr del tiempo. Allí apareció la escritura, otorgándole a los relatos esa condición para hacerlos perpetuos. Esta perpetuidad hace, además, que el autor tenga el control sobre lo que escribe, pudiendo modificarlo ya que tiene acceso a sus palabras escritas para la reconsideración.
En el caso de las plataformas digitales, el autor o escritor de historias no se dirige a un público presente en el aquí y ahora como en el de un orador hacia su auditorio, sino más bien a un público más versátil que puede leer los relatos en cualquier momento del día y que permite la interactividad, como en el caso de los blogs mediante comentarios y opiniones de los usuarios. Por otro lado, este autor debe establecer una estrategia narrativa que capte la atención del usuario, ya que sólo lo conecta la pantalla y se establece una relación lector-soporte digital.
Además este autor tiene la posibilidad de crear lo que Ong denomina “personaje redondo”, sin el cual los protagonistas de la edad electrónica no existirían. El lector moderno comprende la caracterización eficaz en la narrativa o el teatro como la producción del personaje redondo, el personaje que posee lo incalculable de la vida.
Escribir y leer son actividades solitarias, aunque al principio la lectura se practicaba con bastante frecuencia de manera comunitaria. En estos mundos privados que engendran, nace el interés por el personaje humano redondo; profundamente interiorizado en su motivación, impulsado de manera misteriosa pero firme desde su interior. La complejidad de esa motivación y el desarrollo psicológico interno con el paso del tiempo hacen que el personaje redondo parezca una “persona real”. En oposición a éste personaje se encuentra el plano, un tipo de figura que deleita por actuar como se espera que lo haga y que deriva de la narración oral primitiva.
Compartimos una recreación del papel que cumplen estos dos tipos de personajes, representados por dos cronopios, y narrado por Héctor D’alessandro, cuyas referencias se encuentran junto con el video:
Por Di Lorenzo, Pamela; Galliano, Luciana; Servidía, Francisco