El viernes 17 de mayo de 2017 entré por primera vez a una cárcel. Era un día realmente frío. No sabía absolutamente nada del sistema penitenciario y mucho menos de la Unidad 3, que me enteré que se llamaba así cuando cursé la Residencia Integral del Profesorado en Comunicación Educativa.

Ese día me encontró cagada en las patas, en mi cabeza pasaban capítulos de El Marginal. Ahora me da un poco de gracia ese imaginario. A las 10 a.m. me encontraba en la puerta con tres estudiantes más. Golpeamos ese portón gris que no deja ver nada hacia adentro, un cana nos abre, otro nos pide la documentación, nos retiene el DNI y lentamente empieza a buscar unos carnets con nuestros nombres. Los busca uno por uno cuando, en verdad, estaban organizados por orden alfabético.

Otra puerta, nos abre otro policía. Atravesamos un patio donde circulan personas detenidas con chalecos naranjas. Son quienes tienen trabajos asignados ahí adentro. Otra puerta, solo tiene un rectángulo muy chico que permite ver los ojos de quien decide si pasás o no. Entramos. Otro patio. A nuestra izquierda están los salones de las escuelas primarias y secundarias. En ambos hay carteles muy infantiles pegados. Uno de ellos enseña el uso de la letra C. C de casa, la ilustración de aquella dista mucho de las casas de las personas que habitan las cárceles. A la derecha hay una biblioteca, una sala donde atienden profesionales del campo de la Psicología y el Trabajo Social; y al final, la sala universitaria. Entramos. Es un lugar muy chico, con humedad y excesivo olor a pis de gato. Tiene una sola ventana con barrotes y hasta la mitad, tiene ladrillos que imposibilitan ver el otro patio. El patio de la tumba. Atrás de esos barrotes hay un pabellón. La tumba, así le dicen a la cárcel.

En la salita hay una computadora de escritorio vieja, dos pizarrones, una mesa y un par de sillas. Las paredes son de color gris cemento, ese color después quedó tapado de afiches rojos, rosas y blancos que expresan lo trabajado en cada uno de los encuentros.

Adentro están M y J, dos pibes que asisten desde hace un tiempo a estos encuentros. Se presentan, nos explican un poco de qué va el taller mientras compartimos unos mates, algo dulces para mi gusto. De a poco van cayendo un par de personas más, ya somos más de 10.

El taller de los viernes en la Unidad Penal N°3 de Rosario se da, primero, en el marco del Programa de Extensión “Integrando” de la Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional de Rosario, presentado como Programa de inserción a la Educación Superior para personas privadas de su libertad en cárceles del sur de la provincia de Santa Fe. El taller surge destinado a personas privadas de su libertad con interés formativo en educación superior terciaria o universitaria.

El denominado taller de experiencias educativas (o taller de los viernes, informalmente), intenta poner en común la trayectoria de cada participante, en tanto diálogo, construyendo interrogantes sobre esos recorridos, pensando las vivencias personales como experiencias políticas y como engranajes de una estructura social, cultural, económica determinada. Al mismo tiempo que se interroga sobre los deseos individuales de cada persona integrante, en tanto a los posibles programas de estudio y áreas profesionales, así como proyecciones futuras de sí: planes, proyectos de vida, etc. En suma, el taller se desarrolla como un diálogo de saberes y puente para poder hacer posibles los reclamos y necesidades que se presentan dentro del marco de lo realizable.

Ya pasado algo de tiempo, en uno de los tantos encuentros, leímos algunos conceptos de Marx. “¿Qué es la burguesía?”, pregunté ingenuamente. “La burguesía es usted”, me respondieron. Una chica blanca, ojos claros, clase media, universitaria. Ningún texto académico puede abordar mejor las nociones de desigualdad que esa respuesta.

Las personas que habitan las cárceles son víctimas de desigualdades y para entenderlo un poco mejor, voy a retomar las palabras de Dussel: “La idea de desigualdades dinámicas -y no solamente estructurales- marca fuertemente las trayectorias de las personas; hacen a una capacidad de intervenir en esas dinámicas o ayudar a que actúen en otras direcciones. Es decir que, a las determinaciones sociales y económicas, se le agregan variables culturales, políticas, de género, organizativas, comunicacionales, que tienen que ver con la manera en que la sociedad se organiza” (2008: 2).

Otra cuestión interesante para pensar es que la desigualdad no es un estado definido de una vez y para siempre. Cierto es que son relaciones perdurables y fuertes que se establecen entre sujetos y abarcan distintos ámbitos. Obviamente intervienen la riqueza y los ingresos, pero también las oportunidades vitales y laborales, el género, la etnia, la región geográfica, el grado de urbanización, la edad. Yo tuve un motón de oportunidades.

Para analizar la pedagogía carcelaria podemos decir que la vigilancia de todas las actividades, sumado a la dependencia, infantiliza a las personas privadas de su libertad y las condiciona ante lo que se dice de ellas, “soy delicuente” y la institución se encarga de representar la penitencia de ese accionar (donde el sufrimiento y la pérdida relativa de los derechos básicos es totalmente consecuente), no hay una perspectiva de reinserción, sino de castigo y premios.

Sin embargo, vemos resistencias a esas prácticas y me gustaría graficarlas citando textualmente al interno P que analiza la situación de los guardiacárceles o cobanis en el lenguaje tumbero: “Nosotros no somos presos, estamos presos por circunstancias de la vida, presos son estos (por la policía penitenciaria) que eligen trabajar encerrados acá toda su vida.”

La cárcel es el lugar al cual llegan aquellas personas que, en su mayoría, no han tenido educación, trabajo, salud y ningún tipo de garantías. El sistema los genera y excluye, generando sus propios mecanismos que responden a una lógica del poder que impera en ese momento. Es la educación en general, y en especial en los establecimientos penales, la que actúa como resguardo de la condición de la humanidad para aquellas personas que alguna vez han delinquido. Por consiguiente, el encarcelamiento, aunque se considere un castigo justificado, no debe llevar consigo una privación adicional de los derechos civiles, ya que el único derecho que se priva, al estar detenido, es la libertad ambulatoria.

En el contexto específico de las cárceles, la educación es la herramienta más adecuada para lograr un proceso formativo susceptible de producir cambios en las actitudes. La educación contribuye al proceso de integración social.

A partir de todo esto, me parece importante también retomar el concepto de ciudadanía entendido en el contexto de la Unidad Penitenciaria N° 3, teniendo en cuenta que, como bien señala Silvia Gutiérrez Vidrio (2011) en este concepto están imbricadas nociones básicas: justicia, libertad, derecho, equidad, legitimidad, legalidad y representación; además, la gente en su vida cotidiana establece relaciones sociales que dan cuerpo a estos conceptos, puede concebirse como una ciudadanía a medias. En este sentido, uno de los participantes del taller, J, sostiene que él “es parte de la sociedad y está en la cárcel, sobreviviendo para volver al lugar que lo rechazó», lo que permite ver la complejidad de la relación de la ciudadanía desde una perspectiva de derechos y de deber relacionada a la esfera pública, de la cual cada persona en la cárcel, en su cotidiano y con la privación de la libertad se ve limitada.

Ahora bien, para Freire (1989) no puede haber búsqueda sin esperanza. Perder la esperanza es perder la posibilidad de constituirnos como personas, de transformar el mundo y por lo tanto de conocerlo. Por ello, plantea una pedagogía de la esperanza que supere la ideología del fatalismo, del conformismo, de la desilusión que el poder dominante quiere imponer a toda costa. Por ello, la pedagogía crítica debe contribuir a construir sueños, a reinventar utopías y a sembrar esperanzas de cambio.

Freire (1992) retoma y radicaliza su planteamiento de que la educación no es neutra; que debe parte de una crítica profunda a la realidad de la injusticia; que debe ponerse en función de utopías de cambio; que debe contribuir a la construcción de los sectores populares como partícipes del cambio; que para ello debe contribuir a la formación de una conciencia crítica; y debe hacerlo a partir de metodologías dialógicas y democráticas.

Creo que hay que contrastar este diálogo que se da también en los aspectos de los conceptos educación formal e informal. Ya que si bien, este espacio, el taller de los viernes, se desarrolla por fuera del sistema educativo reglado, donde no se certifican ciclos escolarizados, esto no quiere decir que no haya una intencionalidad educativa y una planificación del proceso enseñanza-aprendizaje.

Para finalizar me parece pertinente parafrasear a Dussel (2008) cuando dice que la educación implica repensar la noción y la relación con la otredad con la que construimos el día a día. Entonces me pregunto el impacto de ciertos determinismos sociológicos, que suponen que, por la crisis, por la pobreza, por la marginación, por la indigencia, cada persona puede tener el destino marcado. El filósofo Spinoza decía que no se sabe aquello de lo que un cuerpo es capaz. Eso es necesario recordarlo permanentemente. Nunca, afortunadamente, se sabe lo que un cuerpo puede ante una situación determinada. Y esto hay que instalarlo en el corazón de la pedagogía.

Deseo profundamente que la pedagogía se llene de Budín de Pan, postre tumbero por excelencia. Uno de los afiches que tapa la pared gris de la sala universitaria, lleva escrito un diccionario tumbero. En el medio y bien grande se puede leer Budín de pan. No es solamente un postre. Es encuentro. Cuando a una persona presa la visita su familia, la espera con un budín de pan, si con quienes comparte el rancho, rancho significa familia tumbera, están bajón o no tienen con qué agasajar a su visita, se les cocina un budín de pan. Este postre representa el encuentro, la solidaridad, la amistad y la familia. Budín de pan es una herramienta colectiva para generar lazos genuinos de intercambio con la otredad.
Por suerte, en mi paso por el taller de los viernes, pude comer y compartir un budín de pan.

 

Por Sofía Toscano, estudiante de Producción y Evaluación de Material Multimedia Educativo del Profesorado de Comunicación Educativa, ciclo 2019.

Bibliografía

Freire, P. (1989) La Educación como Práctica de la Libertad. Madrid: Siglo XXI.
___ (1992) Pedagogía del Oprimido. Madrid: Siglo XXI.
Gutiérrez Vidrio, S. (2011) Representaciones sociales y construcción de la ciudadanía en jóvenes universitarios. Sinéctica, (36), 1-18.
Dussel, I. (2008) Desigualdad Social y Desigualdad Educativa. Programa Interdisciplinario de investigaciones en Educación.