La evaluación en un mundo de personas desamparadas, ¿quién ampara a quienes amparamos?, ¿es posible ser agente de ternura?
En el congreso de ciudades educadoras del 2016, Gilles Lipovetsky dijo que para aprender hacía falta autoestima: “Todos los niños dibujan, lo hacen todo el tiempo y sobre cualquier superficie. ¿En qué momento dejan de hacerlo? Cuando empiezan la escuela y les dicen si sus dibujos son buenos o malos, cuando bajan su autoestima. El arte es algo que hacemos, es nuestra manera de ver el mundo plasmada en pintura o carboncillo, no se supone que sea bueno o malo, es lo que es.”
La ignorancia es la antivoluntad de poder, anula al ser. Si la persona tiene autoestima en lo que hace, tiene voluntad de poder y necesidad de conocimiento, la curiosidad impulsa su voluntad de poder, permite el acontecimiento.
Perla Zelmanovich (2003) en su texto “Contra el Desamparo” afirma que somos docentes que enfrentan el desamparo, enseñándole a jóvenes que viven en el desamparo al igual que sus padres. Una enorme falta de ternura nos inunda, el afecto es revolucionario. La educación es algo maravilloso, intangible, si reparto mi conocimiento éste se multiplica, no decrece. Pero entonces ¿cómo se mide lo intangible? ¿cómo se mide la experiencia, cómo se mide el acontecimiento?
Si le das el mismo libro a 10 personas y les pedís que te lo cuenten vas a tener 10 versiones diferentes de una historia. Conociste 10 historias de un mismo libro, pero hay más que eso. Cada persona interpretó el libro a su manera, fue interpelada de forma personal. Pasa lo mismo con el conocimiento, por eso es tan difícil medirlo.
Si enseño las tablas de multiplicar a 10 personas, al final del día sabrán las tablas de multiplicar, el resultado son 10 personas sabiendo las tablas de multiplicar. Pero ¿qué pasó en el medio? ¿nacieron nuevas amistades? ¿una de las personas usó por primera vez una calculadora? ¿alguna de ellas usará esa tabla para ayudar a su hermano pequeño o para ayudar a la familia en su negocio? ¿aprendieron solas? ¿las ayudaron en casa? ¿se unieron más como grupo? ¿aprendieron también que una de ellas hace chistes malos cuando está nerviosa o que a otra le fascina el sonido del numero 15? ¿fantaseó alguna con una fecha o una edad que le recordaron los números? ¿alguna de ellas formó figuras con ellos?¿lo hicieron mentalmente o con porotos? Y finalmente, ¿cómo mido todo eso?
Las pruebas PISA no cuentan las amistades hechas en la escuela, la experiencia de quien se separa de la familia por primera vez para conocer algo nuevo, o la experiencia de salir con la escuela por primera vez de la ciudad o de los juegos que se hacen en el recreo. ¿Esas cosas, entonces, no importan?
Esas cosas no se las enseñamos como docentes. No aprendemos en el Profesorado qué planificar para que se formen vínculos, no se incluye en los proyectos curriculares el contacto humano. Pero que no se oficialice no significa que no aparezca en nuestros diagnósticos, por más que no estén en los papeles. Y vemos, vemos las confusiones y a veces los moretones, escuchamos si la pregunta de “si falta mucho para la leche” se multiplica de un año a otro, escuchamos las conversaciones, las historias. Y a nuestro modo lo incluimos, como siempre intentamos incluir a todas las individualidades y que nadie sufra el desamparo. Pero ¿quién nos ampara? Las PISA no miden eso tampoco. No les importa.
¿Cuál es la medida de la eficiencia de cada docente? Si al final del día tengo a 10 personas que saben las tablas de multiplicar pero también a 3 con estrés por amenaza de cintazos si no aprenden, a 4 con dolor de estómago por no haber cenado, a 1 muy triste porque nadie se fijó en los hermosos márgenes dibujados de la hoja de matemática y encima le llamaron la atención por la desprolijidad, a 2 con la esperanza de ayudar mejor a su familia así alcanza la plata, a 1 feliz porque va a llevar buenas notas y 1 triste porque le costó mucho entender.
10 personas. 10 tablas de multiplicar. 10 historias. Esas 30 cosas nos llevamos a casa, pero sólo nos felicitan, sólo importa si se logró el objetivo. Es que ¿para eso nos pagan, no? 10 personas que sepan las tablas de multiplicar es lo mínimo que se espera. Y entonces escuchamos que en China, además, agregan ecuaciones simples; que en Finlandia arman robots, que en la Capital ganaron un premio y las 30 cosas son tan poquitas, tan chiquitas. Y los “¿qué esperas de tus estudiantes? Si van a estar robando y drogándose en 5 años, demasiado que saben multiplicar”. Y una se hace chiquita.
Quienes enseñamos también tenemos autoestima ¿saben?¿cómo se levanta la autoestima de quienes enseñan?¿cómo funciona la voluntad de poder de quienes deben activar la voluntad de poder? ¿Quién ampara a quienes amparan?
Cuando abrí este debate en la facultad la catarsis no se hizo esperar, y los dedos se alzaron. Cuando lo abro en los cursos que doy a otras docentes, hay un incómodo silencio y todo el mundo se vuelve chiquito. Un silencio que engloba un desamparo enorme.
El problema de ese silencio es la rabia, la rabia que a veces es respuesta al desamparo, la rabia y los dedos alzados, el recrudecimiento de los escudos. “No es mi culpa que en China sean más eficientes, no es mi culpa que en Finlandia los sueldos sean en euros, no es mi culpa que no tengan para comer, no es mi culpa…pero…”
Y el dolor se hace callo, y la conclusión de “10 personas aprendieron las tablas de multiplicar” es un pequeño logro, un gran logro, un logro que encierra 10 historias, quizás más, pero el callo que te endurece y te vuelve áspera ante la vida también te impide acercarte al resto. Y a veces la culpa no es de China, sino de la compañera que no rellenó el tarro de azúcar en la sala comunitaria de la escuela, del hijo que se olvidó la mochila, del compañero que se olvida las fechas importantes. Y el silencio sigue pesando, y la pregunta sigue sin respuesta.
¿Quién ampara a quienes amparan?
Lipovetzky (2016) decía que para aprender se necesita autoestima, ¿dónde está el autoestima de quienes enseñan? Para que el silencio deje de pesar cito a Kant y la anécdota de la Revolución Francesa y el reloj. Kant era tan preciso que los relojeros del pueblo ponían en hora los relojes según a la hora en que lo veían pasar en su paseo matutino, siempre a las 7:30. Sólo una vez se desvió Kant de su ruta y no llegó a tiempo y confundió a todos los relojeros del pueblo y fue para comprar el diario donde se anunciaba la Revolución Francesa.
Esa persona, tan precisa y metódica, ese profesor tan estricto escribió una de las frases más hermosas de la pedagogía y es que cada persona no tiene más que a sí misma.
Somos quienes amparamos el desamparo. ¿Quién nos ampara?
¿Por qué se hicieron docentes?¿Cuál fue su voluntad de poder?¿aún la sienten?¿la recuerdan cuando el desamparo golpea?¿sigue teniendo el mismo sentido?
10 tablas de multiplicar.
Horas de planificación y búsqueda.
10 tablas de multiplicar.
Te preguntas cuántas horas fueron planificadas en China.
10 personas sabiendo las tablas de multiplicar.
10 personas que probablemente olviden que fuiste vos quien les enseñaste las tablas de multiplicar.
¿En qué miden las pruebas PISA, los Operativos Aprender y la Unesco el éxito docente? ¿En qué medís vos tu propio éxito? ¿Qué es el éxito docente?¿que es el éxito para vos?
10 maneras muy distintas de usar las tablas de multiplicar.
¿Y que tal 10 sinceros “Gracias seño por enseñarme las tablas de multiplicar». Nunca jamás, bueno, tal vez, dos o tres.
“Gracias seño por escucharme, gracias seño por no enojarse, gracias seño por alegrar el día, gracias seño por darme amparo”.
¿Quién ampara a quienes amparamos? ¿Dónde está nuestro bono por eso? ¿nuestra tiara? ¿nuestra palmada en la espalda? ¿Nuestra autoestima?
Y todo siempre se reduce al merecimiento (no voy ni a mencionar la palabra meritocracia).
Pero como dice Thomas Michael Scanlon: “Hacemos las cosas porque elegimos el bien, por nuestro vínculo con las personas, por nuestro deseo inherente de tratar a la gente con dignidad. Estamos en soledad en este mundo, entonces ¿por qué no tratarnos bien?” No porque así nos merezcamos el cielo o porque las pruebas PISA lo requieran, sino para sentir un poco menos el desamparo, para ampararnos mutuamente. Al fin y al cabo “nos lo debemos, de una persona hacia otra”.
Por Renata Pereyra, estudiante de Producción y Evaluación de Material Multimedia Educativo del Profesorado de Comunicación Educativa, ciclo 2019.
Bibliografìa
Zelmanovich, P. (2003) Contra el desamparo. Enseñar Hoy. Una Introducción a la Educación en Tiempos de Crisis.