Fotografía: Agustín Marcarian (Reuters)

El cruce televisivo entre quienes se postulan para la Presidencia en Argentina ya forma parte de las campañas electorales. Falta todavía mejorar el formato y trabajar para un mejor desempeño de sus participantes. Los antecedentes de una modalidad que ya es obligatoria por ley. El impacto en la ciudadanía.

Los debates presidenciales en la República Argentina vinieron para quedarse. Los dos que se dieron antes de las elecciones se constituyeron en un mojón en la historia de la democracia ya que son los primeros que están organizados bajo el imperio de una ley que obliga a quienes aspiran a la Presidencia de la Nación a debatir públicamente. Aún quedan muchas cuestiones por mejorar e incluso repensar de cara al futuro ya que quienes ejercen la política, los medios de comunicación y hasta la propia ciudadanía deberán a empezar a acostumbrarse a esta forma de discusión, momento clave en una campaña electoral.

El primer debate presidencial fue el que protagonizaron Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy a fines de los 60 en Estados Unidos. Fue el punto de partida de una modalidad que se extendió a lo largo de los años. También en Europa. E incluso en Latinoamérica, hasta 2015 sólo nuestro país y República Dominicana no habían tenido debates presidenciales. Ya se convirtió en una práctica habitual con varios encuentros a lo largo de diferentes estados y además en la previa de las elecciones primarias de los principales partidos de Norteamérica. 

Argentina tiene escasa tradición en la materia. El primer debate presidencial se dio hace cuatro años cuando se cruzaron cinco candidatas y candidatos. Esa vez faltó Daniel Scioli quien venía primero en las encuestas y especuló con que el que va primero no debate. Pero como no ganó en primera vuelta no le quedó otra que debatir con Mauricio Macri antes del balotaje. Esos encuentros fueron organizados por la ONG Argentina Debate integrada por figuras políticas, periodistas e intelectuales. Este segundo cruce fue el que mayor impacto tuvo porque lo transmitieron la casi totalidad de los medios de alcance nacional.

Hasta esa fecha sólo existieron experiencias impulsadas por los canales de televisión. Una fue la recordada silla vacía que dejó Carlos Menem en el programa de Bernardo Neustadt en 1989. El canal Todo Noticias tomó la iniciativa de convocar a los candidatos para cargos legislativos y en particular para los cargos ejecutivos porteños. En Rosario, el primer debate televisivo fue el de la candidatura a intendente en 2003 en los estudios de Canal 3. El primero para la gobernación provincial fue en 2011 en Canal 5. Y desde 2015 en forma ininterrumpida se hacen debates de candidaturas organizados por los principales medios de la ciudad y la provincia. 

En 2019 la Cámara Electoral Nacional llevó adelante la iniciativa de los debates presidenciales bajo la ley que obliga a quienes aspiran a la Presidencia a asistir, ya que de no hacerlo, reciben una multa con el quite de la publicidad gratuita. Hizo uno en el Paraninfo de la Universidad del Litoral de Santa Fe y el otro en la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. 

La principal crítica fue que no existieron cruces entre cada participante del debate. Y que no hubo propuestas, más bien chicanas o frases hechas. Esto tiene que ver con la metodología elegida. El debate debe contar con reglas para organizar la discusión y los tiempos para una dinámica televisiva. Para ello la Cámara y sus representantes acordaron ese formato, el mismo que se usó en Rosario: tiempos de exposición, réplica y contra réplica, sin cruces ni preguntas entre aspirantes y tampoco la chance de mostrar por TV a quien participa desde la oposición cuando la otra persona le hace referencia. 

Existen metodologías más abiertas y menos regladas. Desde un tiempo libre para la interacción entre cada participante, o que pregunten y respondan entre sí, hasta la posibilidad de que periodistas y público puedan preguntar. Hay experiencias que proponen minutos abiertos de discusión como en los debates a la intendencia de la ciudad de Santa Fe que organiza Canal 13. En el presidencial del 2015 se podían hacer preguntas entre participantes. O el que se usó en España en 2019,  con una medición de la cantidad de tiempo que hablaba cada aspirante a la Moncloa.  

Siempre hay que tener en cuenta que en un debate deben existir reglas justas que deben ser cumplidas. Para ello, es fundamental el papel de quien modera. En los últimos debates, sus funciones se limitaron a la presentación y a hacer cumplir los tiempos. Demasiado poco para tanta pelea _entre medios hegemónicos y periodistas_ por quienes debían estar. Otros formatos requieren de profesionales que puedan preguntar, interrumpir y hacer respetar las reglas, para ello deben tener el consenso y aprobación de cada participante.

Con respecto al nivel de intercambio entre participantes del debate, la experiencia indica que suelen resistirse a los formatos abiertos. Prefieren lo previsible, con tiempos de exposición pautados y que no se crucen. 

El desempeño de quien expone va más allá de los minutos que tenga. Acá juega el manejo de los tiempos, el poder de síntesis, el uso del lenguaje no verbal, el tono de voz que se emplea y la actitud con la que se plantan frente a los atriles. Con respecto a los contenidos, lo complejo siempre debe ser posible de ser dicho en forma sencilla. Hoy la manera en que la ciudadanía se comunica e informa requiere de mensajes cortos, directos, sencillos y contundentes. No significa ausencia de ideas o propuestas. También requiere de una dosis de rapidez y atención para responder a menciones de la oposición.

Los debates televisivos generan una centralidad política y mediática fundamentales. Los niveles de audiencia se comparan con una transmisión de una final de un mundial de fútbol. Son un eslabón muy importante dentro de una campaña electoral. Se los programa para una o dos semanas antes de votar. Sin embargo, no definen resultados. Pueden ser determinantes en el núcleo de votantes que aún no se definieron o que llegan con dudas. Y esto es clave en elecciones donde las dos figuras aspirantes vienen parejas en las encuestas.

La gran pregunta es quien ganará en un debate. La respuesta es aquella persona que menos errores comete. Son espacios de alta exposición pública, en escenarios no habituales para sus contendientes. Es fundamental la preparación y el aplomo. La última palabra, siempre, queda en manos de la ciudadanía.

Por Sergio Roulier, Magíster y docente de Expresión Oral de la Licenciatura en Comunicación Social (UNR) y periodista en Canal 3.