“Ideas que vale la pena difundir” (en inglés: ideas worth spreading). Tal es la consigna de TED un ciclo de conferencias que surgió en Estados Unidos y se multiplicó posteriormente con la realización de eventos independientes en todo el mundo. Cabe recordar que el pasado 6 de noviembre, TEDx Rosario se llevó a cabo por tercera ocasión, con la presencia de más de 850 asistentes y 14 oradores en el Metropolitano.
La propuesta es tan sencilla como el slogan: los oradores pueden dar charlas de 5, 10 o 18 minutos para dar a conocer sus ideas ante los asistentes. Esta iniciativa implica una concepción clara respecto de lo que es la inteligencia y la creatividad. En definitiva, una idea sería algo que produce una persona aplicando sus conocimientos y habilidades para tratar de resolver un problema. Esa idea se le atribuye a esa persona, de modo tal que ella es responsable de su creación y artífice de su desarrollo posterior.
Esta forma de interpretar los procesos de innovación y los cambios que provocan en las sociedades, se ha sumado a otra mirada más reciente, que surge de la mano de la última revolución tecnológica, pero que también permite explicar de otra forma ideas e invenciones anteriores. Una definición concisa al respecto apareció dentro del propio ciclo TED Talks, durante el cual Charles Leadbeater, periodista británico, sostuvo que la creatividad es, ante todo, “colaborativa”.
En ese sentido, el autor detalla que “el consumo es una expresión del potencial productivo” de aquellas personas que trabajan juntas para satisfacer una necesidad a la que el mercado todavía no puede responder porque las instituciones y empresas son incapaces de percibirla. Este modelo dista mucho del que tiene en el centro al genio o inventor: “Gente especial, en lugares especiales, que piensan ideas especiales”.
Particularmente, Leadbeater desarrolla el caso de la invención de la bicicleta de montaña para ejemplificar esta cuestión.
Aunque suene recursivo, el escritor inglés lejos está de haber inventado esta definición. Si nos ajustamos a la misma, tampoco lo hizo el pensador tunecino Pierre Lévy, aunque ello no le resta la importancia capital que tiene su trabajo sobre el pensamiento humanos. En ¿Qué es lo virtual? (Barcelona, Paidós, 1999), el autor afirma: “Los seres humanos nunca pensamos solos ni sin la ayuda de las herramientas. Las instituciones, las lenguas, los sistemas de signos, las técnicas de comunicación, todo informa en profundidad a nuestras actividades cognitivas: toda una sociedad cosmopolita piensa en nosotros”.
Lévy define a la inteligencia como “el conjunto canónico de las actitudes cognitivas, es decir, la capacidad de percibir, de recordar, de aprender, de imaginar y de razonar”, sobre la cual -en coincidencia con lo expuesto anteriormente- señala que implica una parte colectiva o social generalmente subestimada. “La inteligencia colectiva se podría definir como una inteligencia distribuida en todos lados, continuamente valorizada y puesta en sinergia en tiempo real”, concluye.
Así como Leadbeater expone casos anteriores a la revolución tecnológica que se inició a fines de la década del 80 para ilustrar en qué consiste la creatividad colaborativa, los ejemplos se multiplican a partir de las posibilidades que brindan las nuevas herramientas y relaciones desarrolladas en medio del procesos de globalización.
La propuesta de Njambre, pionero en coworking dentro de la ciudad de Rosario, se alinea con esta concepción y también muestra otros aspectos relevantes. Ante todo, se entiende por coworking a una organización del trabajo en la que emprendedores, creativos y profesionales independientes comparten un mismo espacio físico para llevar adelante sus proyectos. Tal como lo ha señalado uno de sus cofundadores, Federico Seineldín, esto permite un funcionamiento sostenible y capaz de generar valor “económico, social y ambiental”.
Siguiendo con estas tres aristas, los espacios de coworking se destacan no sólo por reducir costos para quienes participan allí, sino también por facilitar la sinergia de la que hablaba Lévy anteriormente y también por optimizar el uso de los recursos necesarios para distintos tipos de producción que pueden beneficiarse mutuamente. “Transpolinización de conocimientos, capacidades y tiempos”, aparecen en Njambre como motores de la propuesta.
Finalmente, esto remite a las consideraciones que el autor tunecino hizo sobre la relación entre las herramientas y la inteligencia, identificando tres niveles de funcionamiento: 1) directo: extienden el alcance y transforman la naturaleza de nuestras percepciones (ej: el microscopio); 2) indirecto: modifican nuestra relación con el mundo, en especial con el espacio y el tiempo, lo que hace imposible definir si transforman el mundo humano o nuestra manera de percibirlo (ej: red de computadoras, medios de transporte); 3) metafórico: artefactos que nos ofrecen modelos concretos para aprehender, por medio de metáforas, fenómenos o problemas más abstractos (ej: la máquina y el cuerpo humano durante la Revolución Industrial).
Por Mayra Britez y Lucas Aranda