Desde el inicio de la civilización, la humanidad comenzó a ser regida por los principios del Patriarcado, sirviéndose de diferentes formas de organización, entre las cuales se encuentra la unidad familia. En su sentido literal, Patriarcado significa “gobierno de los padres”. A través del tiempo, su dominio fue adoptando multiplicidad de formas, desde la autoridad absoluta del hombre sobre la esposa e hijos hasta la imposición de una heteronorma.
En conjunto con el desarrollo de las sociedades, el Patriarcado fue creciendo e impregnando todas las instituciones emergentes. El surgimiento del Estado capitalista moderno sólo acrecentó su fuerza, pavimentando el camino para una alianza mutua indisociable. Hoy en día, no se puede concebir uno sin el otro: se retroalimentan necesariamente. El Patriarcado es responsable de la negación histórica de una infinidad de derechos a mujeres y disidencias. Es así, como a partir del siglo XIX, comenzó a surgir el Feminismo como movimiento combativo que lucha por la igualdad de género. Tal movimiento ha conquistado cada vez más derechos, que hasta se pueden delimitar generacionalmente: nuestras abuelas nos dieron el voto y nuestras madres el divorcio. Ateniéndonos a lo contemporáneo, estos últimos años han visto a una nueva camada (tanto en Argentina como en muchos otros países latinoamericanos) encarando una lucha firme y exhaustiva por los derechos que aún deben ser reclamados.
La causa más importante de esta pelea es el reclamo por las muertes de mujeres bajo las garras del Patriarcado, que se inmiscuye junto a la Iglesia Católica en cuestiones de Estado. El Feminismo demanda esta separación. Desde el 2005, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito ha exigido el tratamiento de esta problemática por parte del Gobierno, pero el debate siempre fue cajoneado debido, en mayor medida, a la presión de la Iglesia Católica.
El 13 de junio, el proyecto de ley por el aborto legal, seguro y gratuito llegó a la cámara de diputados. Una gran ola de pañuelos verdes inundó la Plaza del Congreso en Buenos Aires. A pesar del frío, miles de personas – en su mayoría mujeres – salieron a las calles a ejercer presión para lograr la mayoría de votos positivos y ganar la media sanción de la ley.
Fueron muchas las organizaciones presentes, tanto partidarias como no partidarias. Marina, de la agrupación Las Rojas, expresó: “Estamos acá por el derecho al aborto, porque creemos que las mujeres tenemos derecho a decidir qué queremos hacer con nuestras vidas y además estamos repudiando que este parlamento y este sistema condene a las mujeres”, y agregó: “La maternidad tiene que ser una elección, no una obligación. Estamos por la maternidad deseada y cuando una mujer no desea ser madre el Estado debe garantizar que no muera en el intento”.
¿Por qué busca el Patriarcado capitalista que una persona gestante no tenga autonomía sobre su propio cuerpo? ¿Por qué la sexualidad femenina sólo debe tener fines reproductivos? La perpetuación de roles de género oxidados le resulta funcional para sostener una estructura de poder. La institución católica entendió hace siglos que la mejor forma de dominación es la culpa; y no hay aspecto de vulnerabilidad mayor sobre el que culpabilizar como es la sexualidad. Esto se remonta a los mismos arquetipos bíblicos, que postulan la existencia de dos Marías: una virgen y una prostituta. El lenguaje configura realidades, y el mensaje que el catolicismo postula es el siguiente: no hay espacio en la mujer para que co-existan la espiritualidad y lo profano. Otro efecto de este proceso de vergüenza es la invisibilización de la masturbación femenina. No interesa lo que la mujer haga en ausencia del hombre, ni tampoco lo hace una sexualidad femenina que no esté en función del placer masculino. Al Patriarcado, no le sirve que la mujer sea sujeto sexual consciente de placer.
En lo que concierne al supuesto debate ético, Romina de Pan y Rosas señaló: “Nos parece que el aborto tiene que ser legal porque es centralmente una cuestión de salud pública. La discusión no es aborto sí o aborto no, sino que es aborto legal o aborto clandestino, ya que se van a seguir realizando igual y es la principal causa de muerte materna, sobre todo para mujeres pobres y trabajadoras”. La lucha recién empieza, puesto que si se aprueba la ley, no se dispondrá del presupuesto necesario para que se implemente, debido a las políticas de ajuste que está implementando el Gobierno de turno.
En mayor medida, la reticencia a la media sanción no pareciera sostenerse en un interés altruista por la vida de una criatura sin nacer. El debate en el Congreso vio un día de argumentos reciclados, que poco parecían ocuparse de ello. Por el contrario, esa animosidad encuentra su génesis en algo mucho más arraigado. Es significativo que, para el imaginario colectivo, el valor de una mujer consciente sea menor que el de un feto sin nacer. El embrión en cuestión está siendo explotado: a nadie le importa ese potencial de vida en cuanto deja de servir como pretexto para limitar libertades ajenas y perpetuación de un lugar hegemónico en la estructura social.
Sobre la cuestión creyente, expusieron su documento las identidades religiosas disidentes, quienes reclamaron la separación inmediata de la Iglesia y el Estado. “Somos las voces de las disidencias religiosas que apoyamos la sanción de esta ley y estamos a favor de la vida. Queremos la legalización por el derecho a decidir, la libertad de conciencias que defendía Jesús frente al imperio de turno, la autonomía de nuestros cuerpos como territorio sagrado y la vida digna en plenitud. Nuestra comprensión de Dios no conlleva masacres”, expresó este colectivo de mujeres, entre ellas las Católicas por el Derecho a Decidir.
Entre mates, frazadas, fogatas, diversas banderas y cánticos, se llevó a cabo la vigilia que terminó en conquista, ya que en la mañana del 14 de junio se dio a conocer el resultado del debate: 129 votos positivos contra 125 negativos. Se logró la media sanción de la ley, que pasó al Senado, donde no se consiguieron los votos necesarios para ratificarla. El movimiento feminista sigue luchando, más fortalecido que nunca, exigiendo que dejen de morir mujeres por querer tomar decisiones sobre su propio cuerpo, porque el aborto legal es justicia social y el aborto ilegal es femicidio estatal.
Por Bartolomé Armentano y Karen Kennedy, estudiantes del seminario Ciberculturas, ciclo 2018.