El universo docente presenta varios desafíos que hay que afrontar. Ahora bien, ¿cómo será ese universo para quienes están comenzando? Nos preparamos para ser docentes pero, ¿también para ser reemplazantes?
Es sabido que la tarea docente lejos está de ser sencilla. Por un lado, las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) también dicen presente, e interpelan a cada docente, a la enseñanza verticalista, centralizada y jerárquica de dos siglos atrás.
Al respecto, Dussel y Quevedo (2010) señalan que las TIC, la información y el conocimiento ya no son propiedad exclusiva de la escuela. Mencionan que tanto la escuela como las modernas tecnologías desarrollan saberes, pero, mientras que en la primera prevalecen la selección y jerarquización de contenidos, en las segundas prevalece la fragmentación, ya que los saberes están desordenados, sin jerarquía, gradualidad, ni tope (Dussel y Quevedo, 2010).
En este sentido, es necesario aclarar que si bien las TIC ofrecen diferentes posibilidades, ninguna de ellas tiene una intención pedagógica intrínseca, por lo que incorporarlas al aula, más allá de las condiciones materiales y las particularidades de cada tecnología, depende de las concepciones pedagógicas que les otorguen sentido.
Por otro lado, existen complicaciones en las aulas más allá de lo estrictamente educacional, nos referimos al deterioro de las instituciones, aún hay escuelas que no tienen agua, gas o cielo raso. Además, se ingresa a las escuelas con armas, o con el estómago vacío. Un aspecto importante a señalar es que se demanda, y efectivamente se incluyen en un mismo espacio (la escuela) a quienes sufren exclusión de la sociedad capitalista moderna.
En este punto, la categoría de desigualdad dinámica que plantea Dussel (2008) nos puede servir para pensar estrategias de superación, de salida, de reparación de las situaciones en las que estamos como personas al frente de la educación, y partir de la igualdad que debe haber entre estudiantes y docentes. Entender este tipo de desigualdad (que, como postula la autora, “marca fuertemente las trayectorias de las personas”) nos habilita la capacidad de intervenir en esas dinámicas estructurales o ayudar a que se interactúe en otras direcciones.
Advertir estas complejidades que atraviesa el mundo escolar nos permite pensar y nos interpela fuertemente a reflexionar sobre el rol que cumplimos y el que podemos cumplir al egresar del Profesorado.
En los primeros pasos de este camino esperamos con ansias el llamado de alguna escuela para que vayamos a cubrir alguna hora en un algún curso, y, una vez que eso sucede, tenemos que tener la suficiente preparación para cargar el bolso al hombro y salir corriendo para esa institución.
Jueves, 8 de la mañana, suena mi celular una llamada de un número desconocido: “Hola, te llamo de la escuela, ¿podés venir a reemplazar a las 8.30 dos horas de Comunicación en Cuarto año?”
La experiencia es emocionante, me lleno de felicidad ¡por fin voy a donde quiero estar con quienes quiero estar! Llego, entro rápido a la institución, me presento y, como no hay tiempo, el papelerío administrativo correspondiente al reemplazo, lo debo hacer después de la clase.
Mientras me acompaña la preceptora hacia el salón de cuarto año (y me explica que es un curso complicado, que no tema en reprender, en prohibirles el uso del celular y en recurrir a ella en caso de ser necesario), repaso en mi cabeza todo lo que aprendí en el Profesorado de Comunicación Educativa. Trato de mezclar Pedagogía, Currículum y Didáctica, Trabajo de Campo, Material Multimedia, Residencia para poder responder ¿qué hago ahora? ¿qué voy a poder trabajar?
Finalmente, una vez afuera del aula, me percato que el tiempo alcanzó para presentarme, mencionar mis expectativas para la clase de hoy, y preguntarles si tenían alguna duda sobre un tema de la materia o alguna actividad pendiente y trabajar a partir de allí. Es decir, trabajamos con lo que emergió en el salón.
Luego de varios meses de reemplazos con experiencias similares, nos hacemos dos preguntas: primero ¿cómo hace una persona para poder ingresar al sistema educativo teniendo a la par otro trabajo? Si no se puede prevenir con antelación cuándo, dónde y a qué hora puede surgir un reemplazo ¿cómo se organiza con el trabajo que tiene?
Segundo, ¿cómo planificar puchitos de horas? ¿Cómo pensar contenidos y metodologías con quienes conformarás un vínculo por algunos minutos? Y ¿cómo sacar lo mejor de esas instancias temporales reducidas que permitan construir un vínculo de aprendizaje significativo?
En este artículo desarrollaremos esta segunda inquietud, dejando la primera para un posterior (y pronto) análisis.
La enseñanza no es una mera interacción entre docentes y estudiantes. Como postula Sacristán (1992) la enseñanza genera unos usos específicos, una interacción personal entre docentes y alumnos, una comunicación particular, unos códigos de comportamiento profesional peculiares, pero la singularidad de todo eso tiene que verse en relación con el tipo de contenidos culturales que se amasan en ese medio específico que es la enseñanza institucionalizada y con los valores implicados en esa cultura.
En una clase se producen muchas cosas a la vez, que suceden rápidamente, que se desenvuelven de modo imprevisto. En este marco, teóricamente aprendimos que como docentes podemos, con antelación a la práctica -y de hecho así ocurre-, prefigurar el marco en el que se llevará a cabo la actividad escolar. En este sentido, la acción de la enseñanza en las aulas no es un puro fluir espontáneo, aunque existan rasgos y sucesos imprevistos, sino algo regulado por patrones metodológicos implícitos en las tareas que se practican (Sacristán, 1992).
Es cierto, si bien en la práctica como docente reemplazante resulta imposible planificar de antemano contenidos teóricos para trabajar, sí se puede formular de antemano distintos criterios y desarrollos metodológicos en la enseñanza para alcanzar, en forma concreta y práctica, distintas intenciones educativas. Es que todo lo que se planifica deja energía libre para atender contingencias. Cuantos más aspectos puedan ser previstos, hay más disponibilidad cognitiva para la atención de distintos eventos de la clase. Ahí radica uno de los criterios que hacen necesario al programa y la planificación.
«Está todo muy lindo, pero después, cuando den clases, no van a poder hacer todo esto”.
Esta afirmación nos la dijo la docente titular de la materia en la que estábamos realizando nuestras prácticas de Residencia en el nivel secundario del sistema educativo formal. Seguramente, no fue con ánimos de ofender, sino más bien, para anticiparnos, a mí y a mi compañero, cómo es el quehacer docente:
Caótico.
Autogestionado.
Intenso.
Entendemos aquella aseveración como un descargo de la docente para poder mitigar en parte su preocupación: ¿qué puedo hacer para enganchar a cada estudiante? Pero su declaración nos invita a pensar en las diferencias entre el trabajo de quien es docente titular y el de quien es reemplazante.
En nuestra formación en el Profesorado, cada docente de la carrera intentó, desde su materia, prepararnos para el universo de la enseñanza. Pero lo cierto es que el modo de iniciar nuestra vida docente no apareció en ningún estudio o análisis. Lo concreto es que quien es docente reemplazante no comienza el ciclo lectivo en febrero, con un grupo en particular con el cual trabajar todo el resto del año, sino que aparece en la vida de quienes estudian dos horas un día cualquiera, en cualquier mes del año.
Aquí, ya están establecidas las reglas de juego y los roles. Ingresamos en la planificación preestablecida y sólo a veces podemos contactarnos con anterioridad para adaptarnos (al menos) con la temática que están trabajando.
Dos horas un día cualquiera en las cuales la planificación de clase que tengamos debería ser lo más flexible posible pero, también, debería ser una estructura firme en la cual podamos apoyarnos en nuestras clases.
Si consideramos que nuestra meta es construir aprendizaje significativo en las aulas ¿cómo hacemos para poder obtener el mejor provecho de esas instancias temporales reducidas que son los reemplazos? Consideramos que el primer paso es poder construir un vínculo con quienes son estudiantes. ¿Cómo? Poniendo en juego nuestros saberes como profesionales de la educación y la comunicación, poniendo de relieve los modos subjetivos de habitar las relaciones áulicas para el diseño de las mismas.
Nuestra planificación de una clase de reemplazo debe incluir instancias de vinculación, producción y socialización, debemos habilitar el espacio y prestar atención al devenir. También, por otro lado, debemos reconocer que muchas veces trabajaremos con temas que no hayamos elegido, pero lo entendemos como una buena oportunidad para poder conectar con aquellos saberes que nos (y les) inquieten o seduzcan.
Lo cierto es que no buscamos respuestas a estos interrogantes, al menos, no por el momento. Lo que pretendemos, por el contrario, es poder cuestionar cómo formamos y preparamos a quienes recibirán una educación que los prepare para la vida profesional; y poder repensar cuál es el rol que queremos asumir como docentes, teniendo en cuenta cuáles son nuestras metas, inquietudes, posibilidades y deseos.
Por Eugenia Burlli, estudiante de Producción y Evaluación de Material Multimedia Educativo del Profesorado de Comunicación Educativa, ciclo 2019.
Bibliografía
Dussel, I. (2008) Desigualdad Social y Desigualdad Educativa. Programa Interdisciplinario de investigaciones en Educación.
Dussel, I; Quevedo, L. (2010) Educación y nuevas tecnologías: los desafíos pedagógicos ante el mundo digital. VI Foro Latinoamericano de Educación, Buenos Aires: Santillana.
Sacristán, G. & Pérez, A. (1992). Comprender y Transformar la Enseñanza. Madrid: Morata.