Todas las personas recordarán el célebre “Venga Sr Watson, lo necesito”. Con este mensaje, el creador norteamericano del teléfono, Alexander Graham Bell, no sólo probó su funcionamiento por primera vez en la llamada realizada a su socio Thomas Watson, sino que, con esta simple frase, llevó este artefacto a la posteridad. Si bien hoy esta telefonía fija fue reemplazada por la móvil y smart, aún sus primeras críticas siguen persistiendo.

El smartphone no sólo es adquirido y utilizado en cifras que superan ampliamente a las del antiguo teléfono sino que, además de estar desplazándolo en términos de uso, se ha convertido en uno de los elementos tecnológicos más importantes de nuestras vidas. En un corto plazo ha incorporado nuevas y revolucionarias funcionalidades que trascienden el simple hecho de hacer llamadas.   

Hoy, hablamos de una multidimensionalidad: el smartphone no solo implica la dimensión de la voz, sino también de la escritura y de lo visual. Así, se dio origen a un tipo de uso multitasking, potenciado por la proliferación de las redes y las plataformas sociales.

La tecnología celular e Internet surgen como un medio para facilitar la comunicación entre personas que se encuentran a grandes distancias, ya sea por medio de la voz o la transmisión de datos. En la actualidad, estas tecnologías se combinan en una sola. Los celulares han evolucionado hasta incluir modalidades como el acceso a  Internet en casi todos sus aspectos (transmisión de datos, mp3, tele-conferencias, transmisión de archivos fotográficos y videos, etc.).

Esto trae consigo, por un lado, innegables ventajas: acelera el ritmo en que obtenemos información, facilita las comunicaciones, reduce los tiempos de emisión y respuesta; es decir, transforma la vida diaria en todo un acontecimiento tecnológico. Todo esto sumado al crecimiento económico de las sociedades y, más allá, a todos los cambios en el orden natural de las cosas que la tecnología genera.

Sin embargo, esta pluralidad de funciones que el celular posibilita, al igual que en su momento lo hizo el télefono, es objeto de numerosas críticas. Una de ellas, exacerbada hasta el día de hoy, es la de verse en peligro la noción de verdad.

En el texto de Peter Burke y Assa Briggs De Gutenberg a Internet, se hace referencia a esta crítica histórica de la que fueron víctimas primero el teléfono y luego Internet: “Tal como ocurriría años más tarde, en la historia de internet, a ambos lados del Atlántico se expresaba el temor de que estuviera en peligro «la verdad» […] Blasfemar por teléfono planteaba problemas éticos”. El éxito de los smartphones y su multidimensionalidad, como también el de las redes sociales, ha puesto nuevamente en tela de juicio la noción de verdad que toman Burke y Briggs.

Con el  teléfono fijo, el problema estaba en el desconocimiento de quién se encontraba verdaderamente al otro lado de la línea; solo teníamos un registro de voz que no nos  garantizaba la identidad de esa otra persona. A partir de las innovaciones en tecnologías móviles, se pensó que de una buena vez se había encontrado la solución a este problema histórico del teléfono. En este sentido, novedades como las videollamadas, o aplicaciones como Skype y FaceTime, permitieron que las comunicaciones cobraran un mayor sentido de realidad, ya que además de escuchar la voz de quien está del otro lado, podíamos verle la cara, y por lo tanto, saber con quién estábamos hablando.

Sin embargo, detrás de este sinnúmero de posibilidades se oculta un lado oscuro que, inevitablemente, ha crecido de la mano y en paralelo al éxito de los celulares. El surgimiento de redes sociales como Instagram, Facebook, Twitter, Whatsapp, alimentadas por la aparición de internet móvil, han profundizado aún más el problema de la verdad. Hacerse un perfil falso en estas plataformas no supone dificultad alguna, y la facilidad que proponen a la hora de interconectar personas facilitó el surgimiento de numerosos hechos delictivos a lo largo del mundo, que hoy han adquirido diversas denominaciones: ciberacoso, ciberbullying, catfish, sexting, grooming, phising, pharming, entre otros.

Incluso, con la creación de las cámaras internas del celular -que suponen una ventaja- también se corre el riesgo, por ejemplo, de ser víctima de espionaje a través de ellas, tal como lo vemos en las películas. Lo más alarmante es lo fácil que resulta ser una víctima. A veces, tan sólo es necesario aceptar una conexión por bluetooth, abrir un enlace en Facebook o Twitter, leer un código QR, hacer click en una simple foto de WhatsApp o un correo electrónico para abrir la puerta de tu terminal a cualquier persona. Nuevamente, entonces, nos encontramos ante el mismo problema: ¿Qué hay de verdad en los mensajes que se transmiten por los teléfonos celulares? ¿Quién es esa persona que los transmite?¿Quién está detrás de la pantalla?

Asimismo, no hace falta pararnos desde la perspectiva de las innovaciones para ver esta problemática. Aún hoy continúa la desconfianza en las llamadas telefónicas mismas, y los delitos que se producen a partir de ellas como secuestros virtuales, estafas , fraudes, vishing, bromas, etc.

Desde otro punto de análisis, otro ejemplo donde la noción de verdad es puesta en juego es el tan polémico y problemático tema que crece cada vez más: el de las fake y las deep news. En su mayoría viralizadas por las redes sociales y Whatsapp. Siendo la desinformación, la difusión de datos y contenidos erróneos cada vez mayor, cabe preguntarse entonces: ¿Acaso, lejos de democratizarse más  la comunicación y la información, no vivimos cada vez más en la desinformación? A través de la viralización de fake news, de la manipulación de información falsa, o hasta incluso en los malentendidos que surgen muchas veces en conversaciones de Whatsapp, ¿no podría decirse, que la comunicación está cada vez más interrumpida? Todos estos interrogantes parecieran ser la paradójica contradicción de aquel prometedor ideal del teléfono como facilitador de la comunicación entre las personas de forma masiva.

De todos modos, el problema no radica en internet o los smarthphones sino en el uso irresponsable que le brindan las personas. Uno de los factores puede ser la necesidad de inmediatez que presenta la sociedad a partir de tener este universo de cosas al alcance de la mano. O simplemente sea el desconocimiento que hay sobre la manipulación de datos y el fenómeno de big data, cosas que podríamos solucionar con conciencia sobre los riesgos que conllevan estos avances tecnológicos.

Por Sara Infante, Lucía Casissa, Valentina Fernández Alvarez, Regina Cirera y Eugenia Cavagliato, estudiantes del Seminario Ciberculturas, ciclo 2019.