Eramos más de treinta en un aula con una disposición espacial para la mitad de esa cantidad de estudiantes. En la escuela donde realizamos la residencia, que corresponde con el ultimo año del profesorado en comunicación educativa, los adolescentes transcurren la mayor parte del día en el aula. Podríamos decir que es como una segunda casa.
Pensar el espacio en la escuela, el aula, es algo que no hemos discutido, ni teorizado en estos años del Profesorado y, en general, distintos autores coinciden en que no es un tema demasiado abordado.
El aula no es un elemento objetivo, es un espacio con una fuerte carga simbólica que estructura e incide en el proceso educativo. Las aulas en general, al no ser pensadas como elementos fundamentales en la educación, funcionan como un depósito y no como un espacio que permita el desarrollo de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Durante la residencia, ya desde la primera clase pudimos observar el amontonamiento, además de diferentes cuestiones que configuran un hacer rutinario que se corresponde con condiciones de encierro en un mismo espacio durante todo el año. A partir de esta lógica, podemos acercarnos a Michel Foucault en cuanto a pensar la institución escolar como una estructura de poder para reprimir y domesticar el cuerpo social. Bajo esta perspectiva y salvando las distancias, la cárcel y la escuela no distarían en estas consideraciones fundamentales. Pensar el encierro y la rutina nos permite relacionar de alguna manera estas dos instituciones de poder que rigen en nuestra sociedad. Es importante poder asociarlas como parte de una misma problemática que atraviesa a los jóvenes de hoy en la escuela, que conlleva al aburrimiento. Entonces, es necesario preguntarse: ¿La educación toma en consideración que los adolescentes se aburren en la escuela?
A partir de este interrogante, ya en el segundo encuentro de la residencia decidimos trasladarnos a dar las clases al SUM, un salón mas grande, con un televisor plasma, bancos a lo largo, y con el espacio adecuado para la cantidad de alumnos. Nos llamó mucho la atención, que al atravesar el patio (espacio en el que convergen todas las aulas y que le otorga a la Institución una característica distintiva), en un horario fuera del recreo, generó una predisposición diferente. Los estudiantes se veían entusiasmados, caminando juntos desde el salón hasta el SUM reían, charlaban y cantaban. Ya instalados en este espacio, en un principio se los veía revoltosos pero a gusto, y a partir de eso, todo fue fluyendo de manera más armónica, y generando las condiciones para trabajar en el proceso de construir en conjunto conocimientos.
El proceso de trabajo terminaba con la creación de una pieza audiovisual, y para su elaboración cada grupo tenía la posibilidad de elegir cualquier espacio de la Escuela. Esta particularidad configuró un escenario en el cual los estudiantes se sintieron en libertad de ocupar los diferentes espacios, lo cual generó un acontecimiento que de alguna manera rompió con la rutina habitual, desestructurando el proceso de enseñanza y de aprendizaje.
A modo de diagnóstico, y a partir de la experiencia relatada, podemos aseverar la importancia que implica tener en cuenta el espacio como un elemento que puede operar en colaboración con los procesos de construcción del conocimiento, o por el contrario, obstaculizarlos. Tanto el desgaste como su consecuente aburrimiento, ambos derivados de una rutina escolar cotidiana que forma parte de todo el recorrido por el ámbito escolar, que se desarrolla incluso en un mismo escenario áulico, son cuestiones fundamentales a tener en cuenta porque afectan la predisposición de los actores involucrados en el proceso educativo. Corromper las condiciones espaciales dadas que aparecen como indivisibles del recorrido por la institución escolar, puede generar una nueva forma de habitarlos.
Por Lucas Porreca, estudiante de la materia Producción y Evaluación de Contenidos Multimedia, Profesorado de Comunicación Educativa, ciclo 2018.