A partir de lo observado en la residencia docente en la Escuela de Educación Media número 430, es que partimos de la idea de poder reflexionar sobre la dificultad de evaluar en el aula. El conjunto de estudiantes presenta, ante la sola mención de la palabra prueba o evaluación, un inmediato rechazo, como si representara una amenaza.

Queda en evidencia que la evaluación de cada estudiante es una de las actividades con peor reputación del sistema educativo. Docentes y estudiantes perciben de forma muy negativa esta práctica, tanto por cómo se desarrolla el proceso evaluativo como por sus implicaciones y la relacionan con una evaluación entendida esencialmente como rendición de cuentas, donde la práctica evaluativa sirve para certificar, clasificar y etiquetar.

La evaluación es un tema crítico de la educación. Desde hace años, nuestro sistema educativo está sujeto regularmente a evaluaciones promovidas por organismos internacionales, además de estar sometido a estadísticas e informes censales. A esto hay que añadir las pruebas diagnósticas que llevan años realizando cada administración regional. A estas pruebas, estadísticas e informes tenemos que sumarle toda la evaluación que tiene lugar en los propios centros educativos y en las aulas.

Después de dictar clases sobre Teoría Crítica a quienes cursan 4to de la Escuela Nº 430 se venía la peor parte: evaluar. La propuesta consistió en que se dividan en grupos para exponer sobre el tema. El rechazo fue generalizado. Les comentamos que parte de la práctica docente incluía la evaluación y, junto a mi pareja pedagógica, pensamos una manera de poder hacerlo que les resultara más amigable y menos opresora.

La clase siguiente, el primer grupo que debía exponer trajo al aula unos memes sobre los principales conceptos de la Teoría Crítica, realmente originales y llenos de humor adolescente, hechos con la aplicación que como docente, desconocía: Meme Maker.

Esta solución del conflicto de la evaluación nos hizo pensar en que, como docentes, tenemos una infinidad de instrumentos de evaluación para mejorar el aprendizaje, para certificar conocimientos y niveles. No es sólo dar respuesta a las demandas de la legislación educativa. Si bien evaluar es una necesidad indiscutida, no siempre es abordada como un proceso incorporado a los de enseñar y aprender. Evaluar al margen de estos procesos, representaría una práctica instrumentalista que quizás no de una cabal muestra de los aprendizajes construidos.

Pensamos a la evaluación como campo y herramienta de conocimiento para poder mejorar la práctica docente. En ese sentido, cobra vital importancia la evaluación de las prácticas docentes, los procesos de autoevaluación, la evaluación de las instituciones, los criterios para construirlas y los sistemas de calificación. Establecer una evaluación que atienda el contexto y la realidad de quien aprende integrando sus saberes previos, permite establecer las directrices para ajustar las estrategias en el desarrollo de las competencias de estudiantes.

El investigador chileno Cristóbal Cobo (2016), en su obra La Innovacion Pendiente, se pregunta qué es lo que cuenta como conocimiento, habilidades y comprensión, y por lo tanto, qué significa tener conocimientos. Qué se entiende por aprendizaje en los tiempos modernos. En el prólogo Neil Selwyn escribe:

Sin ofrecer recetas, este texto expone un análisis más detenido sobre los desafíos que generan las tecnologías en la educación y las redefiniciones conceptuales de lo que hoy significa saber y tener conocimiento sobre algo. Este no está restringido al aula ya que se amplía de manera transversal a la vida social (tal cual es nuestro uso de las tecnologías). Uno de los elementos más complejos de ser comprendidos, dada su intangibilidad, es el hecho de que la revolución actual no es una revolución de dispositivos, infraestructura, plataformas o canales de intercambio sino, más bien, plantea una resignificación de sentido

Se impone entonces una transformación del papel de cada docente, una relación diferente con el conocimiento, una mirada distinta a la que tradicionalmente hemos tenido y bajo la cual hemos recibido formación donde el valor central era el dominio de un conocimiento en particular. Como docentes debemos reconstruir conocimientos bajo nuevos canales y formas; resignificar lo que implica ofrecer y recibir educación; lo que significa evaluar y qué es lo que evaluamos.

En este punto retomamos las ideas que Freire (1969) propone en cuanto a que la educación no puede ser concebida como un acto de estímulo respuesta, en el cual quien educa, deposita en quien recibe dicha educación, palabras, sílabas y letras. Esta manera de educar no tiene nada que ver con la educación liberadora. Si recaemos en esta manera de enseñar, vamos a convertir a la palabra en una fórmula independiente de la experiencia de quien la dice, enajenada de toda relación con el contexto.

La educación aparece, por ello mismo, no como un derecho (un fundamental derecho), el de decir la palabra, sino como un regalo de quienes saben a quienes nada saben. Empezando, de esta forma, por negar a quien supuestamente nada sabe, el derecho a decir su palabra, una vez que la regala o la prescribe alienadamente, no puede constituirse en un instrumento de cambio de la realidad, de lo que resultará su afirmación como una persona habilitada de derechos (Freire, 1969).

La educación entonces sólo será verdadera en la medida en que pretenda la integración de cada persona a su realidad, en la medida en que pueda crear en quien se está educando un proceso de recreación, de búsqueda, de independencia y de solidaridad. Podríamos decir que educar es sinónimo de concientizar, es ofrecer un proceso de liberación de la conciencia con el fin de una integración en la realidad y la historia (Freire, 1969).

Estas ideas las podemos unir con aquellas expuestas por Rancière (2003) en El Maestro Ignorante, donde postula que quien mejor enseña es quien ignora, ya que al constituirse como ignorante se rompe la brecha de desigualdad que hay al considerar que carecen de conocimientos y, por contraposición, cada docente aparece como alguien con aptitudes suficientes para venir a iluminar o rellenar con ciertos contenidos las cabezas vacías. Lo que plantea Rancière (2003) es que aprendimos algo de manera autónoma y que quien enseña debe generar una voluntad de aprender para lograr un espíritu crítico y emancipador.

En este camino, la evaluación en educación debe generar una transformación en la manera de percibir o juzgar la promoción de quienes estudian así como la forma de tomar decisiones en relación a sus aprendizajes. Y como docentes debemos generar, desde nuestra praxis cotidiana, alternativas inclusivas de evaluación.

Consideramos importante percibir la relevancia de la evaluación en la educación como un instrumento que permite resignificar a quienes estudian como centro del proceso de enseñanza y aprendizaje. Favorecer y promover la reflexión sobre la evaluación para fortalecer la práctica docente y, en este sentido, generar oportunidades formativas no convencionales que encaucen la educación hacia nuevos lugares es un desafío pendiente.

Por Carolina Martino, estudiante de Producción y Evaluación de Material Multimedia Educativo del Profesorado de Comunicación Educativa, ciclo 2019.

Bibliografía

Freire, P. (1969) La Educación como Práctica de la Libertad. México D.F.: Siglo XXI.
Cobo, C. (2016) La Innovación Pendiente. Reflexiones (y Provocaciones) sobre Educación, Tecnología y Conocimiento. Colección Fundación Ceibal/ Debate: Montevideo.
Rancière, J. (2003) El Maestro Ignorante. Cinco Lecciones sobre la Emancipación. Buenos Aires: Libros del Zorzal.