Hoy vivimos en una cultura de oralidad secundaria, una cultura caligráfica de alta tecnología en la cual se mantiene una oralidad distinta: a partir de celulares, radio, televisión y otros dispositivos electrónicos que, para su existencia y funcionamiento, dependen de la escritura y la impresión. Decimos que es una oralidad distinta porque no es la misma que las de las culturas con oralidad primaria. En estas comunidades no hay conocimiento alguno de la escritura o de la impresión. Hoy en día, esta forma de cultura apenas si existe en sentido estricto ya que toda comunidad conoce la escritura y tiene o conoce algunas experiencias de sus efectos.

La sociedad se formó primero con la ayuda del lenguaje oral, fue luego que aprendió a escribir y leer. Al principio fueron solo unos grupos los que lo hacían. Los años hablan de ello: la fugura de homo sapiens existe hace 30 y 50 mil años, mientras que el escrito más antiguo data de apenas 6 mil años atrás. Un examen diacrónico de la oralidad y de la escritura nos permitiría una mejor comprensión no solo de la cultura oral pura y de la posterior escritura sino también de la cultura de la imprenta y de la cultura electrónica y digital en la cual hoy nos encontramos. Conocer acerca del cambio de la oralidad a la escritura nos permite también comprender mejor nuestras estructuras sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas.

Como humanidad, nos comunicamos de innumerables maneras y no caben dudas de que los diversos modos de hacerlo se irán diversificando cada vez más con el actual desarrollo tecnológico que nos atraviesa. Nos valemos de todos nuestros sentidos para decir cosas: el tacto, el gusto, el olfato, la vista y el oído. Además, cierta comunicación no verbal es sumamente rica y necesaria. Sin embargo, el sonido articulado se presenta como capital en el lenguaje, no solo en la comunicación sino también en el pensamiento. Dondequiera que haya personas, habrá un lenguaje y, en cada caso,  habrá uno hablado y oído por sonidos. Tampoco debemos olvidar la riqueza de la gesticulación que permite los complejos lenguajes gestuales, sustitutos del habla pero que dependen de sistemas orales. El lenguaje es tan abrumadoramente oral que solo 78 de las casi 3 mil lenguas existentes poseen una literatura. Cientos de lenguas de uso activo no han ideado una manera de expresión verbal escrita.

Por otro lado, la escritura, esa consignación de la palabra en el espacio, extiende la potencialidad del lenguaje casi ilimitadamente y da una nueva estructura al pensamiento. En todas las culturas que conviven con la escritura, les es inherente el habla. Para leer un texto, por lo menos en voz alta, hay que convertir las palabras en sonidos y, por lo tanto, la escritura nunca puede prescindir de la oralidad. La escritura viene a ser aquí un sistema secundario de modelado que depende de un sistema primario anterior. Por el contrario, la expresión oral es capaz de existir sin necesidad de ninguna escritura en absoluto.

Mucha es la bibliografía que aborda las diferencias entre los dos modos de comunicación y una gran cantidades de intelectuales han ahondando en las sociedades orales y en la existencia humana antes de que la escritura hiciera posible que la palabra quedara plasmada. Entre exponentes principales se encuentra el padre de la lingüística moderna, Ferdinand de Saussure (1857-1913), quien le adjudicó una primacía al habla oral y concibió a la escritura como un complemento de la primera. Sin embargo, los contrastes entre los modos orales y escritos de pensamiento y expresión tuvieron lugar, no en la lingüística, sino en estudios literarios realizados, aunque sin finalizar, por el filólogo estadounidense Milman Perry (1902-1935) sobre el texto La Ilíada y la Odisea.

Varios son los contrastes entre estas dos prácticas comunicacionales. La escritura hace que las palabras sean semejantes a las cosas: podemos ver y tocar tales palabras plasmadas persistentemente en textos. En cambio la tradición oral, más natural y efímera que la primera, no conoce ese carácter de permanencia, una historia oral solo posee el potencial de ser contada mediante una articulación verbal.

Finalmente, como dice Walter Ong, las culturales orales producen representaciones verbales poderosas de gran valor artístico y humano; sin embargo, sin la escritura, la conciencia humana no puede alcanzar su potencial más pleno, no puede producir otras creaciones pujantes. En este sentido, la oralidad debe y está destinada a producir la escritura. Y el conocimiento de esta última es menester para el desarrollo de la ciencia, la historia, la filosofía, la literatura y todo arte, como así también para esclarecer y comprender la lengua misma (incluso la oralidad).

 

Bonus track: les dejamos este video donde el filósofo e historiador francés Michel Serres profundiza el concepto de oralidad.

 

Por Antonella Giménez, Mauricio Pellegrino y Ludmila Ennis, estudiantes del Seminario Ciberculturas, ciclo 2019.