Un relato que busca reflexionar acerca de la construcción de la otredad y la delincuencia en los medios de comunicación rosarinos.
En la Facultad de Ciencia Política y RR. II. hay un grupo de investigación que viene trabajando en cárceles hace ya muchos años. El libro Tantas veces me mataron es una recopilación de artículos realizada por Mauricio Manchado, Zulema Morresi y Viviana Veliz. Los artículos fueron desarrollados en el marco de los proyectos de investigación Construcciones mediáticas de la figura del delincuente. Un análisis del discurso del diario La Capital de Rosario (2014-2018) y Los relatos periodísticos en tiempos de punitivismo neo-liberal. Políticas represivas, violencia institucional y las construcciones discursivas de la ‘alteridad’ en los medios gráficos de Rosario (2018-2021).
¿Qué puede un libro? ¿Dónde hace un corte y entra? ¿Dónde provoca una cesura e ingresa? ¿En qué discurso se monta? ¿Cuál quiere mermar? ¿Sobre cuál quiere avanzar? ¿Cómo se construye sobre esto? ¿Qué puede la palabra?
Una vez mi abuela me dijo que había tres tipos de personas: las que construyen paredes, las que construyen ventanas y las que construyen puertas. Tal vez, viendo en retrospectiva, es una sentencia medio estigmatizante y estereotipada pero yo sabía que sus intenciones eran otras. A esas charlas me gusta hacerlas conversar con lo cotidiano.
Entonces, Tantas veces me mataron es un libro que atraviesa paredes mediáticas. A veces entra por ventanas oscuras de lo social pero logra salir por la puerta grande de la reflexión. Lo hace en una jugada con bellos detalles del movimiento crítico pero a la vez dejando una estela seductora en cada propuesta. Esto se puede ver desde su arte de tapa, su título cautivante, su accesibilidad en formato digital y su disposición estética a la hora de la lectura.
El grupo de autoría propone foucaultianizar la escena. Es decir, utilizar a Michel Foucault y otra bibliografía como nervio óptico para inteligir la realidad social, donde los cambios en la justicia, las estrategias discursivas de los medios, los miedos sociales, la legitimidad de las vidas y los discursos, conviven en una pugna dentro de una sociedad que oscila entre la mano invisible del mercado y la mano visible del Estado Penal.
Tantas veces me mataron es un acto de sensibilidad. Un «sin embargo estoy aquí resucitando.» Extenso pero fresco, una producción crítica pero sensible, un contenido complejo pero amigable, en fin, se deja ver en él la trayectoria en la docencia de cada persona que ha aportado en el libro: Mauricio Manchado, Viviana Veliz y Zulema Morresi y, a la vez, el origen de estos escritos como investigaciones, que a su vez fueron transmitidos y puestos en común en diversos diálogos de saberes.
Como dice el prólogo, escrito por Marilé Di Fillippo y Eugenia Cossi, esta reflexión en conjunto es un caso de producción humanitaria, donde se señalan desafíos futuros dentro de los márgenes del periodismo y los medios, donde se entiende a la comunicación como un campo de batalla en el que una multiplicidad de artefactos discursivos disputan la simbolización de la alteridad. En fin, un acto de resucitar para resignificar la muerte de quienes son matables en la sociedad-mundo neoliberal.
Los relatos periodísticos en tiempos de punitivismo neo-liberal. Sobre los regímenes de sensibilidad y el discurso mediático en la construcción de alteridades
En este capítulo del libro se reflexiona acerca de las formas en que, a través de los medios, se nombran, se describen y se narran los hechos policiales. Y cómo a partir de eso se construyen figuras de personas peligrosas. Es decir, personas que pierden su condición de tales y pasan a ser merecedoras de castigos impartidos por la gente o por la policía (en este caso, quienes llevan adelante los asesinatos no pertenecen a esa clasificación de personas peligrosas, sino que se sobrentiende que lo hacen en defensa propia).
La diferencia entre estas dos categorías tiene que ver con el lugar de procedencia, la clase socioeconómica a la que pertenecen las víctimas, dónde residen y sus antecedentes. No es lo mismo un joven de un barrio periférico, que abandonó la escuela, que forma parte de una familia numerosa y que robó un bolso y pierde la vida en manos de una turba enfurecida que un estudiante universitario de clase media alta, hijo único, asesinado tras ser secuestrado en Martínez, en las cercanías de la casa de su novia.
Se realiza una comparación entre los casos de David Moreira y de Axel Daniel Blumberg. Con pocos días de diferencia, la forma de contar los hechos es totalmente diferente. Mientras el primero de ellos es considerado merecedor de la venganza que obtuvo tras cometer el delito, el segundo es una víctima. Ahí es cuando nos encontramos con sujetos matables y sujetos no matables.
De esta manera se expresa una racionalidad punitiva neoliberal en la que se presenta una otredad que resulta absolutamente responsable de sí misma. Esto significa que Moreira era un empresario de sí mismo (evaluador de costos y beneficios que conlleva su accionar delictivo). Él mismo invirtió su capital humano y fue totalmente responsable de sus buenas o malas decisiones sin tener en cuenta el contexto en el que se encontraba inserto. Por ende, es totalmente culpable de la golpiza que recibió por cometer un acto ilícito.
“El emprendedurismo indica así las responsabilidades individuales pero nunca las colectivas; instala la lógica de la competencia por sobre la de la solidaridad; de allí que en la muerte de Moreira cada golpe se inscribía en la despiadada competencia por la destrucción del otro, particularmente del otro <anormal>, disidente, matable”, se explica brillantemente.
Así es como se avala y se justifica la violencia estatal hacia personas consideradas como peligrosas, matables. Toda violencia opuesta al estado es considerada como terrorismo que debe ser combatido. Se utilizan conceptos similares a los que se implementaron en la última dictadura cívico militar en nuestro país, en donde se hablaba de una guerra sucia y de guerrilla que debían ser abatidas. Un claro ejemplo actual es el caso de la desaparición forzada de Santiago Maldonado en manos de las fuerzas estatales, considerado como un enemigo interno, un terrorista que fue justamente eliminado.
Subjetividades indeseadas. La construcción de individuos y territorios peligrosos en el discurso mediático
En este capítulo se ve cómo el diario La Capital se encarga de señalar y denominar a ciertas personas y territorios. Así se observa cómo hay ciertos territorios peligrosos que albergan personas peligrosas. A partir de una serie de metonimias se empiezan a delimitar las zonas en las que el control estatal debe jugar sus cartas más fuertes para la contención. Resulta reiterativa la fórmula del diario que consiste en marcar que los hechos donde se cometen crímenes, donde se disputan los territorios del mercado de la droga, donde las cosas se salen del control, ocurren siempre en las periferias de la ciudad, donde los alrededores de la circunvalación son puestos en escena como el lugar donde lo peligroso se establece.
Las personas peligrosas son vistas, a la vez, como empresarias de sí mismas en los momentos donde muestran su mayor grado de descontrol: tiroteos, robos frustrados que terminan en asesinato, etc. Estas demarcaciones dan lugar a que se empiece a figurar en el diario la idea de un lado que son quienes cumplen las reglas, quienes se apegan al orden y otro lado que son quienes delinquen y se muestran desobedientes. Esto posibilita la implantación de dos subjetividades: una ciudadanía buena, que debe ser cuidada y protegida por el estado y cuya seguridad implica la represión de esa otredad que la amenaza.
Aquello que sucede en lo cotidiano
Un día, dentro de una heladería por calle Pellegrini, observé cómo un grupo de personas golpeaba a un chico que había sido interceptado in fraganti en una situación comprometedora para él y el entorno.
Mientras tomaba el helado, vi cómo las personas que estaban allí se abalanzaron frente al vidrio que daba a la avenida. Preocupado, me acerqué para ver qué sucedía. Frente a un vidrio, desde un primer piso, vivencié la barbarie.
Me quedé inmóvil, viendo cómo, ahí abajo, lo golpeaban. Lo golpeaban por todas partes: grandes, chicos, mujeres, ancianos, hasta cada transeúnte que no sabía sobre lo sucedido; pasaban, y lo golpeaban y la gente le pegaba como si fuese un linchamiento público, a plena luz del día.
El problema ahí era que, además de cómo le pegaban al chico, quiénes estaban en la heladería acordaban con lo que estaba pasando allí abajo. Miraban por los cristales y, a su vez, estos cristales reflejaban sus caras gozosas, sus dientes brillantes de venganza y sus ojos abiertos de crueldad.
Entonces, para ser provocativo, bajé corriendo y gritando: «¿Esto es sociedad o es suciedad?» Así logré enfurecer más a los que estaban de acuerdo con lo que pasaba. Intenté correr el eje, me expuse porque soy blanco. En fin, el pibe se salvó de más golpes hasta que la policía llegó y corrió la vista de la golpiza violenta que había sido propiciada por ese grupo de garantes del orden, parapolicías cotidianos, partícipes del horror.
Yéndome, con una tristeza enorme, pensaba: ¿Cuánto horror habrá que ver? ¿Cómo sigue esta historia? Y siguió, nomás. A la noche, por un programa de cable de la ciudad de Rosario leí una placa de un noticiero nocturno: Vecinos atrapan a un ladrón por calle Pellegrini. Algo resonaba ahí, algo estaba mal. Al otro día, con mi celular, me desayuné en Facebook con una noticia de un diario de la ciudad sobre el mismo suceso, con un título muy parecido. Esta vez, con los comentarios de personas que se parecían mucho a aquéllas que el día anterior reflejaban sus dientes brillosos de venganza sobre los vidrios de la heladería.
Por Laureano Marenco, Andrés Mainardi y Milena Schilman, estudiantes del Seminario Ciberculturas, ciclo 2019.